Néstor García Canclini
Consumidores y Ciudadanos
Conflictos
multiculturales de la globalización
5.
Las identidades como espectáculo multimedia
La
identidad es una construcción que se relata. Se establecen
acontecimiento fundadores, casi siempre referidos a la apropiación
de un territorio por un pueblo o a la independencia lograda
enfrentando a los extraños. Se van sumando las hazañas en las que
los habitantes defienden ese territorio, ordenan sus conflictos y
fijan los modos legítimos de vivir en él para diferenciarse de los
otros. Los libros escolares y los museos, los rituales cívicos y los
discursos políticos, fueron durante mucho tiempo los dispositivos
con que se formuló la Identidad (así, con mayúscula) de cada
nación y se consagró su retórica narrativa.
La
radio y el cine contribuyeron en la primera mitad de este siglo a
organizar los relatos de la identidad y el sentido ciudadano en las
sociedades nacionales. Agregaron a las epopeyas de los héroes y los
grandes acontecimientos colectivos, la crónica de las peripecias
cotidianas: los hábitos y los gustos comunes, los modos de hablar y
vestir, que diferenciaban a unos pueblos de otros. La comunicación
por radio ayudó a que los grupos de diversas regiones de un mismo
país, antes lejanos y desconectados, se reconocieran como parte de
una totalidad.(1)
Los noticieros que comenzaron a vincular zonas distantes, así como
las películas que enseñaban a las masas migrantes la manera de
vivir en la ciudad y trataban los conflictos interculturales,
proponían nuevas síntesis posibles de la identidad nacional en
transformación.
El
cine mexicano y el argentino, que en los años cuarenta y cincuenta
situaron los relatos de la identidad en una cultura visual de masas,
renovaron su función en la década de los sesenta cuando, aliados a
la incipiente televisión, estructuraron el imaginario de la
modernización desarrollista. Los medios masivos fueron agentes de la
innovaciones tecnológicas, nos sensibilizaron para usar aparatos
electrónicos en la vida doméstica, y liberalizaron las costumbres
con un horizonte más cosmopolita; pero a la vez unificaron los
patrones de consumo con una visión nacional. Como los medios eran
predominantemente de capitales nacionales y se adherían a la
ideología desarrollista, que confiaba la modernización a la
sustitución de importaciones y al fortalecimiento industrial de cada
país, aun los agentes más internacionalizados en ese momento -como
la TV y la publicidad- nos impulsaban a comprar productos nacionales
y difundían el conocimiento de lo propio.
Todo
esto se fue desvaneciendo en los años ochenta. La apertura de la
economía de cada país a los mercados globales y a procesos de
integración regional fue reduciendo el papel de las culturas
nacionales. La transnacionalización de las tecnologías y de la
comercialización de bienes culturales disminuyó la importancia de
los referentes tradicionales de identidad. En las redes globalizadas
de producción y circulación simbólica se establecen las tendencias
y los estilos de las artes, las líneas editoriales, la publicidad y
la moda.
Una
antropología de las citas transculturales
¿Dónde
reside la identidad, con qué medios se le produce y renueva a fines
del siglo XX? Para responder a esta pregunta vamos a confrontar la
manera en que definió la identidad la antropología clásica con las
condiciones en que se construye en nuestros días.
Si
la antropología, la ciencia social que más estudió la formación
de identidades, encuentra hoy difícil ocuparse de la
transnacionalización y la globalización, es por el hábito de
considerar miembros de una sociedad como pertenecientes a una sola
cultura homogénea y teniendo por lo tanto una única identidad
distintiva y coherente. Esa visión singular y unificada, que
consagraron tanto las etnografías clásicas como muchos museos
nacionales organizados por antropólogos, es poco capaz de captar
situaciones de interculturalidad.
Las
teorías del “contacto cultural” han estudiado casi siempre los
contrastes entre los grupos sólo por los que los diferencia. El
problema reside en que la mayor parte de las situaciones de
interculturalidad se configura hoy no sólo por las diferencias
entre culturas desarrolladas separadamente sino por las maneras
desiguales
en que los grupos se apropian de elementos de varias sociedades, los
que combinan y transforman. Cuando la circulación cada vez más
libre y frecuente de personas, capitales y mensajes nos relacionan
cotidianamente con muchas culturas, nuestra identidad no puede
definirse ya por la pertenencia exclusiva a una comunidad nacional.
El objeto de estudio no debe ser entonces sólo la diferencia, sino
también la hibridación.
En
esta perspectiva, las naciones se convierten en escenarios
multideterminados, donde diversos sistemas culturales se intersectan
e interpenetran. Sólo una ciencia social para la que se vuelvan
visibles la heterogeneidad, la coexistencia de varios códigos
simbólicos en un mismo grupo y hasta en un solo sujeto, así como
los préstamos y transacciones culturales, será capaz de decir algo
significativo sobre los procesos identitarios en esta época de
globalización. Hoy la identidad, aún en amplios sectores populares,
es políglota, multiétnica, migrante, hecha con elementos cruzados
de varias culturas.
Se
nos plantea, entonces, un doble desafío: entender simultáneamente
las formaciones posnacionales y la remodelación de las culturas
nacionales que subsisten. Gran parte de la producción artística
actual sigue haciéndose como expresión de tradiciones iconográficas
nacionales y circula sólo dentro del propio país. En este sentido,
las artes plásticas, la literatura, la radio y el cine permanecen
como fuentes del imaginario nacionalista, escenarios de consagración
y comunicación de los signos de identidad regionales. Pero un sector
cada vez más extenso de la creación, la difusión y la recepción
del arte se realiza ahora de un modo desterritorializado. Así como
decíamos de los escritores del boom
en el capítulo anterior, los grandes pintores nacionales, por
ejemplo Tamayo o Botero, han conseguido resonancia internacional
abriendo la iconografía local a las vanguardias internacionales. Aun
quienes eligen ser voceros de patrias más estrechas -Río de Janeiro
o el Bronx, los mitos zapotecos o la frontera chicana- logran ser
significativos en el mercado y en las exposiciones de arte americano
de las metrópolis en tanto su obra es una “cita transcultural”.
(2)
No
es extraño que las exhibiciones internacionales subsuman las
particularidades de cada país en las redes conceptuales
transnacionales. Las muestras “París-Berlín” y “París-New
York”, presentadas en el Centro Georges Pompidou, propusieron mirar
la historia del arte contemporáneo no recortando patrimonios
nacionales sino distinguiendo ejes que atraviesan las fronteras. Pero
es sobre todo el mercado del arte el que subordina las connotaciones
locales de las obras, convirtiéndolas en secundarias referencias
folclóricas de un discurso internacional homoge-neizado. Las
galerías líderes, con sedes en Nueva York, Londres, Milán y Tokio,
hacen circular en forma desterritorializada las obras y propician que
los artistas se adapten a públicos “globales”. Las ferias y las
bienales también contribuyen a este juego multicultural, como se vio
en la Bienal de Venecia de 1993, donde la mayoría de los 56 países
representados no tenía pabellón propio: casi todos los
latinoamericanos (Bolivia, Chile, Colombia, Costa Rica, Cuba,
Ecuador, El Salvador, México, Panamá, Paraguay y Perú) expusieron
en la sección italiana, pero eso importaba poco en una muestra
dedicada, bajo el título “Puntos cardinales del arte”, a exhibir
que éste se construye hoy mediante “el nomadismo cultural”.(3)
Lo
regional y lo global
Así
como en otro tiempo las identidades eran objeto de puestas en escena
en museos nacionales, en la segunda mitad de nuestro siglo la
transnacionalización económica, y el mismo carácter de las últimas
tecnologías comunicacionales (desde la televisión hasta los
satélites y las redes ópticas), colocan en el lugar protagónico a
las culturas-mundo exhibidas como espectáculo multimedia. Pensemos
en que ya ningún cine “nacional” puede recuperar la inversión
de una película a través de los circuitos de salas de su propio
país. Debe encontrar múltiples canales de venta: la televisión
aérea y por cable, las redes de video y los discos láser. Todos
estos sistemas, estructurados transnacionalmente, fomentan que los
mensajes que circulan por ellos se “desfolcloricen”.
Ante
las dificultades de subsistencia del cine ha surgido la tendencia a
acentuar esta transnacionalización eliminando los aspectos
nacionales y regionales. Se promueve un “cine-mundo” que busca
usar la tecnología visual más sofisticada y las estrategias de
marketing
para lograr insertarse en un mercado de escala mundial. Coppola,
Spielberg y Lucas, por ejemplo, construyen narraciones espectaculares
a partir de los mitos inteligibles para todos los espectadores, con
independencia de su cultura, nivel educativo, historia nacional,
desarrollo económico o régimen político: parques jurásicos,
Frankensteins y Batmans. El cine-mundo, dice Charles-Albert Michelet,
“está más cerca de Claude Lévi-Strauss que de John Ford”.(4)
Se trata de fabricar un espectáculo tan deslumbrante que persuada a
los telespectadores de que una o dos veces al año vale la pena dejar
el sofá hogareño para ocupar ese otro, menos confortable, de la
sala oscura.
Y
al mismo tiempo, las culturas regionales persisten. Aún el cine
global de Hollywood deja cierto lugar a películas latinoamericanas,
europeas y asiáticas que, por su manera de representar problemáticas
locales, captan el interés de múltiples públicos. Pienso cómo el
cine brasileño de los setenta y la primera mitad de los ochenta,
gracias a que combina testimonios sobre la identidad y la
internacionalización cultural de ese país con un tratamiento
imaginativo y paradójico, amplió su repercusión masiva dentro y
fuera de Brasil: desde Macunaíma
a Doña
Flor y sus dos maridos
o Xica
da Silva.
Se podría hablar de las relecturas entre policiacas y políticas de
la historia argentina hechas por Adolfo Aristiráin; en las
narraciones de la historia desde la intimidad cotidiana propuestas en
México por Rojo
amanecer
y Como
agua para chocolate.
Esta última película, que superó en pocos meses el millón y medio
de espectadores, sólo en su país, no es quizá más que una
telenovela mejor filmada que las habituales; pero de algún modo su
éxito se relaciona con otras cintas mexicanas menos convencionales
-La
tarea, La mujer de Benjamín, El bulto-
que retrabajan con ironía e irreverencia, sin nostalgia
complaciente, la crisis de identidad familiar y de los proyectos
políticos nacionales.
Tales
películas revelan que la identidad y la historia -incluso las
identidades locales o nacionales- aún caben en las industrias
culturales con exigencias de alto rendimiento financiero.
Simultáneamente con la desterritorialización de las artes hay
fuertes movimientos de reterritorización, representados por
movimientos sociales que afirman lo local y también por procesos
massmediáticos: radios y televisiones regionales, creación de
micromercados de músicas y bienes folclóricos, la “desmasificación”
y “mestización” de los consumos para engendrar diferencias y
formas de arraigo locales.
También
quienes estudian la ideología de los administradores globales
concluyen que la globalización empresarial, junto con sus
necesidades homoge-neizadoras para maximizar las ganancias, debe
reconocer diferencias locales y regionales. ¿Qué descubre un
antropólogo cuando se pone a leer la Harvard
Business Review
y The
Journal of Consumer Marketing?
Renato Ortiz, que realiza esta tarea en su último libro, encuentra
que los intelectuales de la globalización empresarial propician la
universalización extremando las potencialidades coincidentes del
pensamiento y el gusto en todas las sociedades: de otro modo, no
hubiera sido posible la generalización mundial de las computadoras y
las tarjetas de crédito, las ropas Benetton y las muñecas Barbie.
Pero luego de una etapa en la que esa homogeneización se vio como
antinómica de lo local, comenzaron a concebirse como complementarias
la universalización y las particularidades regionales: “La
Coca-Cola sólo sacó provecho del mercado español cuando redujo el
tamaño de las botellas ajustándolas a los refrigeradores existentes
en al país; una campaña publicitaria desarrollada en Alemania, con
ídolos del basquetbol estadunidense, tuvo poca repercusión porque
los deportistas eran desconocidos por los europeos; los jeans en
Brasil son más apretados para realzar las curvas femeninas; los
japoneses saben que los europeos tienden a adquirir aparatos
estereofónicos pequeños, de alto desempeño, pero que pueden ser
escondidos en un armario, mientras que los estadunidenses prefieren
grandes altoparlantes”. Al comprobar que la multiculturalidad no
desaparece ni en la más pragmáticas estrategias empresariales,
Ortiz anota que la oposición “homogéneo/heterogéneo” pierde
importancia; es necesario entonces entender cómo segmentos
mundializados -por ejemplo, los jóvenes, los viejos, los gordos, los
desencantados- comparten hábitos y gustos convergentes. “El mundo
es un mercado diferenciado constituido por capas afines. No se trata,
pues, de producir o vender artefactos para ‘todos’ sino
promoverlos globalmente entre grupos específicos”. Por eso, este
autor sugiere abandonar el término homogeneización y hablar de
“nivelación cultural” para “aprehender el proceso de
convergencia de hábitos culturales, pero perseverando las
diferencias entre los niveles de vida”.(5)
Las
naciones y las etnias siguen existiendo. Están dejando de ser para
las mayorías las principales productoras de cohesión social. Pero
el problema no parece ser el riesgo de que las arrase la
globalización, sino entender cómo se reconstruyen las identidades
étnicas, regionales y nacionales en procesos de globalizados de
segmentación e hibridación intercultural. Si concebimos las
naciones como escenarios relativos, en los que se cruzan otras
matrices simbólicas, la pregunta es qué tipos de literatura, de
cine y de televisión pueden narrar la heterogeneidad y la
coexistencia de varios códigos en un mismo grupo y hasta en un mismo
sujeto.
En
los medios: la identidad como coproducción
La
reflexión actual sobre la identidad y la ciudadanía se va situando
en relación con varios soportes culturales, no sólo en el folclor o
la discursividad política, como ocurrió en los nacionalismos del
siglo XIX y principios del XX. Debe tomar en cuenta la diversidad de
repertorios artísticos y medios comunicacionales que contribuyen a
reelaborar las identidades. Por lo mismo, su estudio no puede ser
tarea de una sola disciplina (la antropología o la sociología
política), sino de un trabajo transdisciplinario, en el que
intervengan los especialistas en comunicación, los semiólogos y
urbanistas.
Multimedios
y multicontextualidad: son las dos nociones clave para redefinir el
papel del cine, de otros sistemas de comunicación y de la cultura en
general. Así como la posibilidad de que el cine reviva depende de
que se reubique en un espacio audiovisual multimedia (con la
televisión y el video), las identidades nacionales y locales pueden
persistir en la medida en que las resituemos en una comunicación
multicontextual. La identidad, dinamizada por este proceso, no sólo
será narración ritualizada, la repetición monótona pretendida por
los fundamentalismos. Al ser un relato que reconstruimos
incesantemente, que reconstruimos con los otros, la identidad es
también una coproducción.
Pero
esta coproducción se realiza en condiciones desiguales entre los
variados actores y poderes que intervienen en ella. Los procesos de
globalización cultural e integración económica regional muestran
la necesidad de las economías y las culturas nacionales de ablandar
las aduanas que las separan, y, al mismo tiempo, que la asimetría
desde la cual se establecen los acuerdos puede acentuarse por la
liberación comercial. Una teoría de las identidades y la ciudadanía
debe tomar en cuenta lo modos diversos que en éstas se recomponen en
los desiguales circuitos de producción, comunicación y apropiación
de la cultura.
En
el espacio de la cultura
histórico-territorial,
o sea el conjunto de saberes, hábitos y experiencias étnicas o
regionales que siguen reproduciéndose con los perfiles establecidos
a través de los siglos, los efectos de la globalización son
menores. El patrimonio histórico, la producción artística y
folclórica, y en algunas zonas la cultura campesina, experimentan
una apertura económica limitada porque en ellas el rendimiento de
las inversiones es menor y la inercia simbólica más prolongada.
En
un segundo circuito, el de los medios
masivos
dedicados a la difusión de mensajes recreativos e información para
las mayorías (radio, televisión, video), algunos países
periféricos, como Brasil y México, disponen de recursos
tecnológicos, económicos y humanos para seguir generando con cierta
autonomía su producción nacional y aún expandirse
internacionalmente. Pero en las mayorías de las sociedades
latinoamericanas la dependencia se acentúa, no tanto respecto de la
cultura global sino de la producción norteamericana.
El
desdibujamiento de las identidades nacionales y regionales es mayor
en el tercer circuito: el de la computación, los satélites, las
redes ópticas y las demás tecnologías
de información
vinculadas a la toma de decisiones, así como a los entretenimientos
de más expansión y ganancias (video, videojuegos, etc.). Apenas
comienzan a estudiarse los efectos de la globalización tecnológica
y económica sobre la reformulación de las identidades en el trabajo
y en el consumo. Los actuales discursos sobre productividad
competitiva, los rituales de integración entre obreros y empresas,
la subordinación de la iconografía de los entretenimientos a
códigos deslocalizados son algunos de los procesos en los que las
identidades locales están siendo remodeladas desde matrices
globales. Muchos hábitos y creencias tradicionales subsisten en
estos espacios y dan estilos diferenciales en cada país aún a la
producción y el consumo más tecnologizados. Pero es evidente que al
trabajar bajo una lógica competitiva mundial, al ver televisión e
informarnos electrónicamente, usar sistemas de cómputos en muchas
prácticas cotidianas, las identidades basadas en tradiciones locales
son reformuladas con criterios de “ingeniería cultural”.(6)
Estudiar
cómo se están produciendo las relaciones de continuidad, ruptura e
hibridación entre sistemas locales y globales, tradicionales y
ultramodernos, de desarrollo cultural es hoy uno de los mayores
desafíos para repensar la identidad y la ciudadanía. No sólo hay
coproducción, sino conflictos por la coexistencia de etnias y
nacionalidades en los escenarios laborales y de consumo, por lo cual
siguen siendo útiles las categorías de hegemonía
y resistencia.
Pero la complejidad y los matices de estas interacciones requieren
también estudiar las identidades como procesos de negociación,
en tanto son híbridas
, dúctiles y multiculturales.
Al
tener en cuenta los conflictos sociales que acompañan la
globalización y los cambios multiculturales, es claro que lo que
ocurre con las industrias es bastante más que lo que vemos en los
espectáculos de los medios. Parece necesario, entonces, precisar
nuestra afirmación del comienzo: la identidad es una construcción,
pero el relato artístico, folclórico y comunicacional que la
constituye se realiza y se transforma en relación con condiciones
sociohistóricas no reductibles a la puesta en escena. La identidad
es teatro y es política, es actuación y acción.
NOTAS
(1)
Jesús Martín Barbero, De
los medios a las mediaciones, cit.
(2)Tomo
la expresión del volumen Art
from Latin America: La cita transcultural,
que acompañó la exhibición del mismo título realizada, con la
curaduría de Nelly Richard, en el Museo de Arte Contemporáneo de
Sidney, del 10 de marzo al 13 de junio de 1993.
(3)
La fórmula pertenece al curador de la Bienal, Achile Benito Oliva.
Citado por Lelia Driben, “La XLV Bienal de Venecia, los puntos
cardinales del arte nómada de 56 países”, en La
Jornada,
México, 23 de agosto de 1993, p, 23.
(4)
Charles-Albert Michelet, “Reflexión sur le drôle de drame du
cinema mondial”, en CinémAction,
1988, pp. 156-161.
(5)
Renato Ortiz, Mundializaçao
e cultura, cit.,
cap. V. Véanse también de
Armand Mattelart, La
communication-monde, París, La
Découverte, 1992; Stuart Hall, “The Local and the Global:
Globalization and Ethnicity”, en Anthony D. King (de.), Culture,
Globalization and the World System,
Nueva York, State University of the New York at Bringhamton, 1991.
(6)
Gideón Kunda, Engineering
Culture. Control and Commitment in a Hig-Tech Corporation,
Filadelfia, Temple University Press, 1992. Retomo
aquí las líneas de investigación que comienzan a desarrollarse en
la antropología industrial en México, especialmente en el ámbito
de las maquiladoras. Véase de Luis Reygadas, Estructuración
de la cultura del trabajo en las maquiladoras,
proyecto presentado al Doctorado en Antropología de la Universidad
Autónoma Metropolitana-Iztapalapa, 1993.
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