UMBERTO ECO
La
estructura ausente. Introducción a la Semiótica
III.
El significado como unidad cultural
III.1.
Intentemos ahora ver cuál es el objeto que corresponde a un término
lingüístico. Tenemos el término /perro/. El referente no será
ciertamente el perro x
que está junto a mí cuando pronuncio la palabra (salvo el caso
rarísimo de signos indicativos -y en tal caso diría /este
perro/
o acompañaría el símbolo con un índice gestual). Para quienes
proponen la doctrina del referente, en este caso el referente es
todos los perros que existen (que han existido y existirán). Pero
/todos
los perros existentes/
no es un objeto perceptible por los sentidos... Es un conjunto, una
entidad lógica. Y por lo tanto, se parece peligrosamente al vértice
superior del triángulo de Ogden y Richards, que era la referencia.
Cualquier
intento de determinar lo que es el referente de un signo nos obliga a
definir este referente en términos de una entidad abstracta que no
es otra cosa que una convención cultural.
Pero incluso admitiendo que se quiera determinar si es posible, en
algunos términos, indicar extensivamente un referente real
perceptible con los sentidos, el que identifica el significado con el
referente (o quiere hacer depender el valor del signo de la presencia
del referente) se ve obligado a separar, de un razonamiento sobre el
significado, todos los signos que no pueden corresponder a un objeto
real. Por ejemplo, todos los términos que la lingüística clásica
llamaba sincategoremáticos,
en oposición a categorimáticos;
términos como /hacia/, /de/ y /con todo/, no tenían referente. Pero
como son elementos fundamentales del proceso de comunicación,
conviene admitir la idea de que la noción de referente, sin duda muy
útil a los físicos o a los lógicos, es perjudicial e inútil en la
semiótica. Por ello, vamos a liberar al término de su compromiso
histórico con el referente y lo vamos a reservar para indicar otra
manera en que se presenta la significación [cfr. A. 2, VII].
III.2.
Así pues, ¿qué es el significado de un término? Desde el punto de
vista semiótico no puede ser otra cosa que una unidad
cultural.
En toda cultura una es, simplemente, algo que está definido
culturalmente y distinguido como entidad. Puede ser una persona, un
lugar, una cosa, un sentimiento, una situación, una fantasía, una
alucinación, una esperanza o una idea. . [Schneider, 1968, pág. 2].
Más adelante veremos cómo una unidad cultural puede definirse
semióticamente como unidad semántica inserta en un sistema. Las
unidades de este tipo pueden reconocerse igualmente como unidades
interculturales que permanecen invariables, a pesar de los símbolos
lingüísticos con que se significan: /perro/ denota, no un objeto
físico, sino una unidad cultural que pertenece constante e
invariable aunque se traduzca /perro/
por /dog/,
o /cane/,
o /chien/,
o /hund/.
En el caso de /delito/
puedo descubrir que la unidad cultural correspondiente en otra
cultura tiene mayor o menor extensión; en el caso de /nieve/
se puede ver que para los esquimales existen cuatro unidades
culturales, correspondientes a cuatro estados distintos de la nieve,
y que esta multiplicidad de unidades culturales incluso llega a
modificar su léxico, obligando a aplicar cuatro términos en lugar
de uno.
III.3.
Reconocer la presencia de estas unidades culturales (que más tarde
serán los significados que el código hace corresponder con el
sistema de los significantes), equivale a entender el lenguaje como
fenómeno social. Si afirmo que /en
Cristo subsisten dos naturalezas, la humana y la divina, y una sola
persona/,
los lógicos y los científicos nos dirán que este complejo de
significantes no tiene ninguna ex
- tensión
ni referente -y por ello podrán definirlo como privado de
significado, o como una pseudo - afirmación (pseudo statement). Pero
ni el lógico ni el analista del lenguaje conseguirán nunca explicar
por qué los grupos ingentes de seres humanos han combatido durante
siglos en pro y en contra de una afirmación semejante. Sin duda, se
debía a que este mensaje transmitía significados precisos que
existían
como unidades culturales dentro de una civilización. Al existir, se
convertían en soportes de un desarrollo connotativo e iniciaban una
gama de reacciones semánticas capaces de implicar reacciones de
comportamiento. Pero las reacciones de comportamiento no son
necesarias para determinar si el mensaje tiene un significado: la
misma civilización a la que se refería cuidaba de elaborar una
serie de explicaciones y definiciones de estos términos (persona,
naturaleza, etc.).
Cada definición era un nuevo mensaje lingüístico (o visual) que a
su vez debía ser explicado, en su significado propio, gracias a
otros mensajes lingüísticos que definían las unidades culturales
del mensaje precedente. La serie de aclaraciones que circunscriben,
en un movimiento sin fin, las unidades culturales de una sociedad (y
que siempre se manifiestan en forma de significantes que la denotan)
es la cadena de lo que Peirce
llamaba interpretantes
[5.470. y sigs.]
IV. El interpretante
IV.1.
De una forma que recuerda el triángulo de Richard, Peirce
consideraba el signo (, 2.228.), como una estructura triádrica que
en su base tenía el símbolo o representamen,
puesto en relación con un objeto
al que representa: en el vértice del triángulo, el signo tenía el
interpretante,
que muchos se inclinan a identificar con el significado o la
referencia. Con todo, el interpretante
no es el intérprete,
no es el que recibe el signo (aunque tal vez en Peirce hay cierta
confusión sobre ese punto). El interpretante es lo que garantiza la
validez del signo, incluso en ausencia del intérprete.
Podría
considerarse como el significado, porque se define como lo que
produce
el signo en el cuasi-mente que es el intérprete;
pero también se ha dicho que es la definición del representamen (y
por lo tanto, la connotación in-tensión).
Con todo, la hipótesis que parece más viable es la de considerar el
interpretante como otra representación que se refiere al mismo
objeto.
En otros términos, para determinar lo que es el interpretante de un
signo, hay que denominarlo con otro signo, el cual a su vez tiene un
interpretante denominable por otro signo, y así sucesivamente. Aquí
se produciría un proceso de semiosis
ilimitada
que, aunque sea una paradoja, es la única garantía para el
establecimiento de un sistema semiótico capaz de dar cuenta de sí
mismo solamente con sus propios medios. En tal caso, el
lenguaje sería un sistema que se aclara por sí mismo, por series
sucesivas de sistemas de convenciones que se van explicando.
IV.2.
No es extraño que la noción de interpretante haya atemorizado a
muchos estudiosos, que se han apresurado a exorcizarla, dándola por
explicada (interpretante = intérprete o destinatario del mensaje).
La idea de interpretante convierte la semiótica en ciencia rigurosa
de los fenómenos culturales y la separa de las metafísicas del
referente.
El
interpretante puede asumir diversas formas:
a)
Puede
ser el signo equivalente (o aparentemente equivalente) de otro
sistema comunicativo. Por ejemplo, a la palabra /perro/ le
corresponde el dibujo de un perro.
b)
Puede
ser el índice que apunta sobre el objeto singular, aunque se
sobreentiende que hay un elemento de cuantificación universal
(“todos los objetos como éste”).
c)
Puede
ser una definición científica (o ingenua) en los términos del
mismo sistema de comunicación. Por ejemplo, /sal/ significa “cloruro
de sodio”.
d)
Puede
ser una asociación emotiva que adquiere valor de connotación fija:
/perro/ significa “fidelidad” o a la inversa.
e)
Puede
ser la simple traducción del término a otra lengua.
La
noción de interpretante, con su riqueza e imprecisión, es fecunda
porque nos revela que la comunicación, a través de un sistema de
comunicaciones continuas, pasando de signo en signo, circunscribe de
una manera asintótica,
sin tocarlas nunca, aquellas unidades culturales que continuamente se
presumen como objeto de la comunicación. Esta circularidad continua
puede parecer desesperante, pero es la condición normal de la
comunicación, condición que la metafísica del referente niega en
vez de analizar.
IV.3.
Además, la noción de interpretante nos demuestra una vez más que
en la vida de la cultura cada entidad puede aspirar a ser,
indistintamente, significante y significado. es el interpretante de
/NaCl/, pero es el interpretante de /sal/. En una situación
determinada, un puñado de sal puede ser el interpretante de /sal/,
de la misma manera que puede serlo el signo gestual y fisiognómico
que imita al que distribuye pellizos de sustancia salada en la punta
de la lengua (en una relación intercultural entre antropólogo e
informador indígena).
La
noción interpretante puede traducirse así: el
interpretante es el significado de un significante, considerado en su
naturaleza de unidad cultural, ostentada por medio de otro
significante para demostrar si independencia (como unidad cultural)
del primer significante.
Si
los distintos significantes que, como interpretantes, circunscriben
el significado como unidad cultural, vienen a ser análisis
in-tensionales
o equivalentes ex-tensionales,
si son procesos de denotación o de connotación, son cosas que
examinaremos con mayor detalle en A.2. VIII.
Lo
que ahora nos interesa dejar bien en claro es que la noción de
interpretante es más rica y problemática (y precisamente por ello,
más fecunda) que la noción de , con la que muchos estudiosos de
semántica intentan definir el significado [cfr por ejemplo, Carnap,
1955; Quine,1953].
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