CLAUDE Levi-Strauss
El
análisis estructural, en lingüística y en antropología (1)
En el
conjunto de las ciencias sociales, del cual indiscutiblemente forma
parte, la lingüística ocupa sin embargo un lugar excepcional: no es
una ciencia social como las otras, sino la que, con mucho, ha
realizado los mayores progresos; sin duda la única que puede
reivindicar el nombre de ciencia y que, al mismo tiempo, ha logrado
formular un método positivo y conocer la naturaleza de los hechos
sometidos a su análisis. Esta situación privilegiada entraña
algunas obligaciones: el lingüista verá que, a menudo,
investigadores de disciplinas vecinas pero diferentes se inspiran en
su ejemplo e intentan seguir su camino. "Nobleza obliga":
una revista de lingüística como Word no puede limitarse a ilustrar
tesis y puntos de vista estrictamente lingüísticos, se obliga
también a recibir a psicólogos, sociólogos y etnógrafos ansiosos
de aprender de la lingüística moderna la ruta que se luce al
conocimiento positivo de los hechos sociales. (Como hace ya veinte
años escribía Marcel Mauss: "La sociología habría avanzado
mucho más por cierto, de haber procedido en todos los casos imitando
a los lingüistas". (2)
La estrecha analogía de método que existe entre ambas disciplinas
les impone un particular deber de colaboración. Después de Schrader
(3) es inútil
demostrar cuál es la asistencia que la lingüística puede aportar
al sociólogo en el estudio de los problemas de parentesco. Son
lingüistas y filólogos (Schrader, Rose)(4)
quienes han mostrado que la hipótesis de vestigios matrilineales en
la familia antigua ‑hipótesis a la que se aferraban aún
entonces tantos sociólogos‑ era improbable. El lingüista
proporciona al sociólogo etimologías que permiten establecer, entre
ciertos términos de parentesco, lazos no perceptibles de manera
inmediata. El sociólogo inversamente, puede hacer conocer al
lingüista costumbres, reglas positivas y prohibiciones que permiten
comprender la persistencia de ciertos rasgos del lenguaje o la
inestabilidad de términos o de grupos de términos. En el transcurso
de una reciente sesión del Círculo Lingüístico de Nueva York,
Julien Bonfante ilustraba este punto de vista recordando la
etimología del nombre del dios en ciertas lenguas romances el griego
o£;0C da en italiano, español y portugués zio y tío: Bonfante
añadía que en ciertas regiones de Italia, el tío se llama barba,
la "barba" el "divino" tío ¡Cuántas
sugestiones aportan estos términos al sociólogo! Vienen a la
memoria de inmediato las investigaciones del deplorado Hocart sobre
el carácter religioso de la relación avuncular y el robo del
sacrificio por los parientes maternos (5).
Sea cual fuere la interpretación que convenga dar a los hechos
recogidos por Hocart (la suya no es, por cierto, enteramente
satisfactoria), es indudable que el lingüista colabora en la
solución del problema al revelar, en el vocabulario contemporáneo,
la persistencia tenaz de relaciones desaparecidas. Al mismo tiempo,
el sociólogo explica al lingüista las razones de su etimología y
confirma su validez. Hace menos tiempo encarando el problema como
lingüista, Paul K. Benediet ha podido hacer una contribución
importante a la sociología familiar de los sistemas de parentesco
del Asia del Sur (6).
Al
proceder de esta manera, no obstante, lingüistas y sociólogos
siguen adelante independientemente por sus respectivas vías. Sin
duda hacen un alto de tanto en tanto con el fin de comunicarse
ciertos resultados, pero éstos provienen de itinerarios diferentes,
y no se hace ningún esfuerzo por conseguir que un grupo aproveche
los progresos técnicos y metodológicos alcanzados por el otro. Esta
actitud podía explicarse en una época en que la investigación
lingüística se apoyaba sobre todo en el análisis histórico. Con
respecto a la investigación etnológica tal como se practicaba
durante ese mismo período, la diferencia no era de naturaleza sino
más bien de grado. Los lingüistas tenían un método más riguroso;
sus resultados estaban mejor establecidos; los sociólogos podían
inspirarse en su ejemplo "renunciando a tomar como base de sus
clasificaciones la consideración en el espacio de las especies
actuales" (7).
Pero, después de todo, la antropología y la sociología sólo
esperaban lecciones de la lingüística; nada permitía adivinar una
revelación (8).
El
nacimiento de la fonología ha trastornado violentamente esta
situación. Ella no solamente ha renovado las perspectivas
lingüísticas: una transformación de esta magnitud no se limita a
una disciplina particular. La fonología no puede dejar de cumplir,
respecto de las ciencias sociales, el mismo papel que la física
nuclear, por ejemplo, ha desempeñado para el conjunto de las
ciencias exactas. En qué consiste esta revolución, cuando tratamos
de analizarla en sus consecuencias más generales? N. Trubetzkoy, el
ilustre maestro de la fonología, nos proporcionará la respuesta a
esta pregunta. En un artículo‑programa(9),
Trubetzkoy reduce en suma el método fonológico a cuatro pasos
fundamentales: en primer lugar, la fonología pasa del estudio de los
fenómenos lingüísticos "conscientes" al de su estructura
"inconsciente" rehusa tratar los "términos" como
entidades independientes, y toma como base de su análisis, por el
contrario, las "relaciones" entre los términos; introduce
la noción de "sistema": "la fonología actual no se
limita a declarar que los fonemas son siempre miembros de un sistema;
ella "muestra" sistemas fonológicos concretos y pone en
evidencia su estructura(10);
en fin, busca descubrir "leyes generales" ya sea que las
encuentre por inducción o bien "deduciéndolas lógicamente, lo
cual les otorga un carácter absoluto"" (11).
De esta
manera y por primera vez, una ciencia social logra formular
relaciones necesarias. Tal es el sentido de la última frase de
Trubetzkoy, mientras que las reglas precedentes muestran cómo debe
operar la lingüística para obtener ese resultado. No nos
corresponde mostrar aquí que las pretensiones de Trubetzkoy son
justificadas; la gran mayoría de los lingüistas modernos parece que
están bastante de acuerdo a ese respecto. Pero cuando un
acontecimiento de tal importancia se produce en unas de las ciencias
del hombre, los representantes de las disciplinas vecinas no sólo
pueden, sino que deben verificar inmediatamente sus consecuencias y
su aplicación posible a hechos de otro orden. Se abren entonces
nuevas perspectivas. No se trata ya de una cooperación ocasional por
la cual el lingüista y el sociólogo, trabajando cada uno en su
rincón, se arrojan de tanto en tanto aquello que cada uno encuentra
y que puede interesar al otro. En el estudio de los problemas de
parentesco (y sin duda también en el estudio de otros problemas), el
sociólogo se encuentra en una situación formalmente semejante a la
del lingüista fonólogo: como los fonemas, los términos de
parentesco son elementos de significación; como ellos, adquieren
esta significación sólo a condición de integrarse en sistemas; los
"sistemas de parentesco", como los "sistemas
fonológicos", son elaborados por el espíritu en el plano del
pensamiento inconsciente; la renuencia, en fin, en regiones del mundo
alejadas unas de otras y en sociedades profundamente diferentes, de
formas de parentesco, reglas de matrimonio, actitudes semejantes
prescritas entre ciertos tipos de parientes, etcétera, permite creer
que, tanto en uno como en otro caso, los fenómenos observables
resultan del juego de leyes generales pero ocultas. El problema se
puede formar entonces de la siguiente manera: en "otro orden de
realidad", los fenómenos de parentesco son fenómenos "del
mismo tipo" que los fenómenos lingüísticos. Utilizando un
método análogo "en cuanto a la forma" (si no es en cuanto
al contenido) al método introducido por la fonología, ¿puede el
sociólogo lograr que su ciencia realice un progreso semejante al que
acaba de tener lugar en las ciencias lingüísticas?
Una
comprobación suplementaria induce aún más a encaminarse en esta
dirección: el estudio de los problemas de parentesco se presenta hoy
en los mismos términos que los de la lingüística en vísperas de
la revolución fonológica, y parece luchar contra las mismas
dificultades. Entre la antigua lingüística, que buscaba ante todo
en la historia su principio de explicación, y ciertas tentativas de
Rivers, existe una analogía sorprendente: en ambos casos el estudio
diacrítico por sí sólo —o casi— debe dar cuenta de los
fenómenos sincrónicos. Al comparar la fonología con la antigua
lingüística, Trubetzkoy define la primera como "un
estructuralismo y un universa-lismo sistemático", que él opone
al individualismo y al "atomismo" de las escuelas
anteriores. Y cuando considera el estudio diacrítico, lo hace desde
una perspectiva profundamente modificada: "la evolución del
sistema fonológico, en un momento dado cultivada, está abrigada por
la tendencia hacia un objetivo... Esta evolución tiene, pues, un
sentido, una lógica interna, que la fonología histórica se encarga
de poner de manifiesto" (12).
Esta interpretación "individualista", "atomista",
basada exclusivamente en la contingencia histórica, que Trubetzkoy y
Jakobson critican, es en efecto la misma que se aplica generalmente a
los problemas de parentesco(l3). Cada detalle de termino-logía, cada
regla especial de matrimonio, es asociada a una costumbre diferente,
como una consecuencia o un vestigio; se cae así en un abuso de
discontinuidad. Nadie se pregunta cómo es posible que los sistemas
de parentesco, considerados en su conjunto sincrónico, sean el
resultado arbitrario del enclaustro entre distintas instituciones
heterogéneas (la mayoría, por lo demás, hipotéticas) y funcionar,
sin embargo, con un grado mínimo de regularidad y de eficiencia
(14).
Una
dificultad preliminar se opone, sin embargo, a la transposición del
método fonológico a los estudios de sociología primitiva. La
analogía superficial entre los sistemas fonológicos y los sistemas
de parentesco es tan grande que incita de inmediato a seguir una
pista falsa.
Esta
consiste en asimilar los términos de parentesco a los fonemas del
lenguaje desde el punto de vista de su tratamiento formal. Es sabido
que para alcanzar una ley de estructura, el lingüista analiza los
fonemas en "elementos diferenciales", que pueden ser luego
organizados en uno o varios "pares de oposiciones" (15).
El sociólogo puede sentirse llevado a disociar los términos de
parentesco de un sistema dado, siguiendo un método análogo. En
nuestro sistema de parentesco por ejemplo el término "padre"
que tiene una connotación positiva en cuanto al sexo, la edad
relativa, la generación; por el contrario su extensión es nula y no
puede traducir una relación de alianza. Se podrá preguntar de esta
manera, para cada sistema, cuáles son las relaciones expresadas, y
para este término del sistema, qué connotación posee ‑positiva
o negativa‑ respecto de cada una de esas relaciones:
generación, extensión, sexo, edad relativa, afinidad, etcétera.
Precisamente en este plano "microsociológico" se esperará
encontrar las leyes de estructura más generales, como el lingüista
descubre las suyas en el plano infrafonémico o el físico en el plan
o inframolecular, es decir en el nivel del átomo. La interesante
tentativa de Davis y Warner (16)
podría ser interpretada en estos términos.
Al punto
se presenta, empero, una triple objeción. Un análisis
verdaderamente científico debe ser real, simplificador y
explicativo. Los elementos diferenciales a que llega el análisis
fonológico poseen, en efecto, una existencia objetiva desde el
triple punto de vista psicológico, fisiológico e incluso físico:
son menos numerosos que los fonemas formados por combinación;
finalmente, permite comprender y reconstruir el sistema. De la
hipótesis precedente no resultaría nada de esto. El tratamiento de
los términos de parentesco, tal como acabamos de imaginarlo, es
analítico solamente en apariencia: porque en realidad el resultado
es más abstracto que el principio, en lugar de ir hacia lo concreto,
nos alejamos de ello, y el sistema definitivo ‑ cuando lo hay ‑
sólo puede ser conceptual. En segundo lugar, la experiencia de Davis
y Warner prueba que el sistema obtenido mediante este procedimiento
es infinitamente más complicado y difícil de interpretar que los
datos de la experiencia (17).
En fin, la hipótesis carece de todo valor explicativo: no permite
comprender la naturaleza del sistema, y menos aún reconstruir su
génesis.
¿Cuál
es la razón de este fracaso? Una fidelidad demasiado literal al
método del lingüista traiciona en realidad su espíritu. Los
términos de parentesco no tienen únicamente una existencia
sociológica: son también elementos del discurso. En una
transposición apresurada de los métodos de análisis del lingüista
es necesario no olvidar que, en tanto partes del vocabulario, los
términos de parentesco dependen de esos métodos no de manera
analógica, sino directa. Ahora bien, la lingüística enseña
precisamente que el análisis fonológico no opera en forma directa
con las palabras, sino sólo con las palabras disociadas previamente
en fonemas. No hay relaciones necesarias en el plano del vocabulario
(18). Esto
vale para todos los elementos del vocabulario y, entre ellos, para
los términos de parentesco.
En
lingüística es cierto y por lo tanto debe serlo ipso facto para
una sociología del lenguaje. Una tentativa como aquella cuya
posibilidad estamos discutiendo consistiría, pues, en extender el
método fonológico olvidando su fundamento. Kroeber, en un artículo,
ya lejano, había previsto de manera profética esta dificultad (19).
Y si él concluyó entonces que era imposible un análisis
estructural de los términos de parentesco, es porque la lingüística
misma se encontraba a la sazón reducida a un análisis fonético,
psicológico e histórico. Las ciencias sociales deben, en efecto,
compartir las limitaciones de la lingüística; pero pueden también
sacar provecho de sus progresos.
No hay
que descuidar tampoco la muy profunda diferencia existente entre el
cuadro de los fonemas de una lengua y el cuadro de los términos de
parentesco de una sociedad. En el primer caso, no caben dudas en
cuanto a la función: todos sabemos para qué sirve un lenguaje;
sirve para la comunicación. En cambio, lo que el lingüista ha
ignorado durante mucho tiempo ‑y sólo ha podido descubrirlo
gracias a la fonología‑, es el medio por el cual el lenguaje
alcanza ese resultado. La función era evidente; el sistema
permanecía desconocido. A este respecto el sociólogo se encuentra
en la situación inversa: que los términos de parentesco constituyen
sistemas, lo sabemos claramente desde Lewis H. Morgan; en cambio
ignoramos siempre cuál es el uso a que están destinados. El
desconocimiento de esta situación inicial reduce la mayoría de los
análisis estructurales de los sistemas de parentesco a puras
tautologías. Demuestran lo que es evidente y descuidan lo que
permanece ignorado.
Esto no
quiere decir que debamos renunciar a introducir un orden y a
descubrir una significación en las nomenclaturas de parentesco. Pero
al menos es preciso reconocer los problemas especiales que plantea
una sociología del vocabulario, y el carácter ambiguo de las
relaciones que unen sus métodos con los de la lingüística. Por
esta razón sería preferible limitar la discusión a un caso en el
que la analogía presenta una forma simple. Por fortuna, contamos con
esta posibilidad.
En
efecto, lo que se llama generalmente un "sistema de parentesco"
recubre dos órdenes muy diferentes de realidad. Tenemos ante todo
términos por los que se expresan los diferentes tipos de relaciones
familiares. Pero el parentesco no se expresa solamente en una
nomenclatura: los individuos o las clases de individuos las
utilizaban, los términos se sienten (o no se sienten, según los
casos) obligados a una determinada conducta recíproca: respeto o
familiaridad, derecho o deber, afección u hostilidad. Así,
entonces, junto a lo que nosotros proponemos llamar el "sistema
de denominaciones” (que constituye, en rigor, un sistema de
vocabulario), hay otro de naturaleza igualmente psicológica y
social, que llamaremos "sistema de las actitudes". Ahora
bien; si es verdad (como lo hemos mostrado más arriba) que el
estudio de los sistemas de denominaciones nos coloca en una situación
análoga a la que nos plantean los fonológicos, pero inversa, esta
situación resulta "enderezada", por decirlo así, cuando
se trata de los sistemas de actitudes. Adivinamos el papel
desempeñado por éstos, que consiste en asegurar la cohesión y el
equilibrio del grupo, pero no comprendemos la naturaleza de las
conexiones existentes entre las diversas actitudes ni alcanzamos a
advertir su necesidad (20).
En otros términos y como en el caso del lenguaje, conocemos la
función, pero nos falta el sistema.
Entre
"sistema de denominaciones" y "sistema de actitudes"
nosotros vemos, pues, una diferencia profunda. En este punto nos
separamos de A. R. Radcliffe‑Brown, si es cierto que éste
creía ‑como le ha sido reprochado a veces‑ que el
segundo no era más que la expresión ‑o la traducción en el
plano afectivo‑ del primero (21).
En el curso de los últimos años se han ofrecido numerosos ejemplos
de grupos cuyo cuadro de términos de parentesco no refleja
exactamente el cuadro de las actitudes familiares, e inversamente
(22). Sería
un error creer que en toda sociedad el sistema de parentesco
constituye el principal medio de regular las relaciones individuales;
inclusive en sociedades donde dicho sistema desempeña tal papel, no
lo cumple siempre en igual medida. Además, es necesario distinguir
entre dos tipos de actitudes: ante todo las actitudes difusas, no
cristalizadas y desprovistas de carácter institucional, de las que
se puede admitir que son, en el plano psicológico, reflejo o fruto
de la terminología. Junto a las precedentes o además de ellas,
están las actitudes cristalizadas, obligatorias, sancionadas por
tabúes o privilegios que se expresan a través de un ceremonial
fijo. En lugar de reflejar automáticamente la nomenclatura, estas
actitudes aparecen a menudo como elaboraciones secundarias destinadas
a resolver contradicciones y a superar insuficiencias inherentes al
sistema de denominaciones. Este carácter sintético se manifiesta de
manera particularmente clara entre los wilk monkan de Australia; en
este grupo, los privilegios de burla sancionan una contradicción
entre las relaciones de parentesco que unen a dos hombres antes de su
casamiento, y la relación teórica que sería preciso suponer entre
ellos para dar cuenta de su ulterior matrimonio con dos mujeres que
no mantienen entre sí la relación correspon-diente (23).
Existe una contradicción entre dos sistemas posibles de
nomenclatura, y el interés que recae sobre las actitudes representa
un esfuerzo por integrar o superar esta contradicción entre los
términos. No hay dificultad en estar de acuerdo con Radcliffe‑Brown
cuando afirma la existencia de real relations of independence between
the terminology and the rest of the system (24).
Al concluir, de la ausencia de un paralelismo riguroso entre
actitudes y nomenclatura, que los dos órdenes son recíprocamente
autónomos, algunos ‑al menos‑ de los críticos de
Radcliffe‑Brown se han desorientado. Pero esta relación de
interdependencia no es una correspondencia término a término. El
sistema de las actitudes constituye más bien una integración
dinámica del sistema de denominaciones.
Aún
cuando se sostenga la hipótesis ‑a la cual adherimos sin
reserva‑ de una relación funcional entre los dos sistemas,
tenemos derecho por razones de método, a tratar los problemas
relativos a uno y a otro como problemas separados. Es lo que nos
proponemos hacer aquí a propósito de un problema tenido a justo
título por el punto de partida de teoría de las actitudes: el
problema del tío materno. Trataremos de mostrar como una
transposición formal del método seguido por el fonólogo permite
arrojar sobre este problema una nueva luz. Los sociólogos le han
dedicado una atención especial, y ello debido solamente a que, en
efecto, la relación entre el tío materno y el sobrino era al
parecer objeto de un desarrollo importante en un gran número de
sociedades primitivas. Pero no basta comprobar esta frecuencia; es
preciso descubrir la razón.
Recordemos
rápidamente las principales etapas de la evolución de este
problema. Durante todo el siglo XIX y hasta Sydney Hartland (25),
la importancia del tío materno fue luego interpretada como
supervivencia de un régimen matrilineal. Este era puramente
hipotético, y su posibilidad resultaba particularmente dudosa en
presencia de ejemplos europeos. Por otro lado, la tentativa de Rivers
(26) de
explicar la importancia del tío materno en la India del Sur como un
residuo del matrimonio entre primos cruzados llegaba a un resultado
desolador: el mismo autor debía reconocer que esta interpretación
no podía dar cuenta de todos los aspectos del problema, y se
resignaba a la hipótesis de que "varias" costumbres
heterogéneas y actualmente desaparecidas (una de las cuales
solamente era el matrimonio entre primos), debían ser invocadas,
para comprender la existencia de "una sola" institución.
El atomismo y el mecanicismo triunfaban (27).
De hecho, únicamente con el artículo capital de Lowie sobre el
complejo matrilineal (28)
se abre lo que nos gustaría llamar la "etapa moderna" del
problema del avunculado. Lowie muestra que la correlación invocada o
postulada entre el predominio del tío materno y un régimen
matrilineal no resiste el análisis; en realidad, el avunculado se
encuentra asociado tanto a regímenes patrilineales cuanto a
regímenes matriline-ales. El papel del tío materno no se explica
como consecuencia o supervivencia de un régimen de derecho materno;
se trata solamente de la aplicación particular of a very general
tendency to associate definite social relations with definite forms
of kinship regardless of maternal or paternal side (*). Este
principio, que Lowie introduce por primera vez en 1919, según el
cual existe una tendencia general a calificar las actitudes,
constituye la única base positiva de una teoría de los sistemas
de parentesco. Pero, al mismo tiempo Lowie dejaba ciertas cuestiones
sin respuesta: ¿qué se denomina, exactamente, avunculado? ¿No se
confunden bajo un mismo término costumbres y actitudes diferentes? Y
si es verdad que existe una tendencia a calificar todas las
actitudes, ¿por qué solamente ciertas actitudes se encuentran
asociadas a la relación avuncular y no, según los grupos
considerados, cualesquiera actitudes posibles?
Abramos
aquí un paréntesis, con el fin de subrayar la sorprendente analogía
que se manifiesta entre el itinerario de nuestro problema y ciertas
etapas de la reflexión lingüística: la diversidad de las actitudes
posibles en el ámbito de las relaciones interindividuales.
Es
prácticamente ilimitada; lo mismo vale para la diversidad de sonidos
que puede articular el aparato vocal, como efectivamente se produce
en los primeros meses de la vida humana. Cada lengua, sin embargo,
sólo retiene un número muy reducido entre todos los sonidos
posibles y a este respecto la lingüística se plantea dos
interrogantes: ¿por qué han sido seleccionados ciertos sonidos?;
¿qué relación existe entre uno o varios de los elegidos y todos
los demás? (29)
Nuestro esquema de la historia del problema del tío materno se halla
precisamente en esta misma etapa: el grupo social, como la lengua,
encuentra a su disposición un material psicofisiológico muy rico;
al igual que la lengua, conserva solamente ciertos elementos —algunos
de los cuales, al menos, permanecen idénticos a través de las más
diversas culturas— y los combina con estructuras siempre
diversificadas. Se pregunta, pues, cuál es la razón de la elección
y cuáles son las leyes de las combinaciones.
En cuanto
al problema particular de la relación avuncular, conviene dirigirse
a Radcliffe‑Brown; su célebre artículo sobre el tío materno
en Africa del Sur (30)
es la primera tentativa de captar y analizar las modalidades de lo
que podría llamarse el 'principio de la calificación de las
actitudes'. Aquí bastará recordar rápidamente las tesis
fundamentales de este estudio hoy día clásico.
Seqún
Radcliffe‑Brown, el término 'avunculado' recubre dos sistemas
de actitudes antitéticas: en un caso, el tío materno representa la
autoridad familiar; es temido, obedecido, y posee derechos sobre su
sobrino; en el otro es el sobrino quien ejerce sobre su tío
privilegios de familiaridad y puede tratarlo más o menos como a una
víctima. En segundo lugar, existe una correlación entre la actitud
hacia el tío materno y la actitud con respecto al padre. En ambos
casos hallamos los dos sistemas de actitudes, pero invertidos: en los
grupos donde la relación entre padre e hijo es familiar, la relación
entre tío materno y sobrino es rigurosa; y allá donde el padre
aparece como el austero depositario de la autoridad familiar, el tío
es tratado con libertad. Los dos grupos forman, pues, como diría el
fonólogo, dos pares de oposiciones. Radcliffe‑Brown proponía,
para terminar, una interpretación del fenómeno: la filiación
determina, en último análisis, el sentido de estas oposiciones. En
el régimen patrilineal, donde el padre y la línea del padre
representan la autoridad tradicional, el tío materno es considerado
como una 'madre masculina', tratado generalmente de la misma manera
que la madre, e inclusive llamado a veces con el mismo nombre de
ésta. En el régimen matrilineal se encuentra realizada la situación
inversa: allí el tío materno encarna la autoridad, y las relaciones
de afecto y familiaridad se fijan sobre el padre y su línea.
Difícilmente
puede exagerarse la importancia de esta contribución de
Radcliffe‑Brown. Tras la crítica despiadada que Lowie
dirigiera tan magistralmente contra la metafísica evolucionista,
hallamos aquí el esfuerzo de síntesis retomado sobre una base
positiva. Afirmar que este esfuerzo no ha alcanzado en seguida su
término no es ciertamente atenuar el homenaje debido al gran
sociólogo inglés. Reconozcamos entonces que el artículo de
Radcliffe‑Brown deja abiertos ciertos problemas inquietantes:
en primer lugar, el avunculado no está presente en todos los
sistemas matrilineales y patrilineales, y a veces aparece en sistemas
que no son ni una cosa ni otra (31).
Además, la relación avuncular no es entre dos, sino entre cuatro
términos: supone un hermano, una hermana, un cuñado y un sobrino.
Una interpretación como la de Radcliffe‑Brown aisla
arbitrariamente ciertos elementos de una estructura global, que debe
ser tratada como tal. Algunos ejemplos simples pondrán de manifiesto
esta doble dificultad.
La
organización social de los indígenas de las islas Trobriand, en
Melanesia, se caracteriza por la filiación matrilineal, relaciones,
libres y familiares entre padre e hijo y un antagonismo marcado entre
tío materno y sobrino (32).
Los circasianos del Cáucaso, por el contrario, que son
patrilineales, colocan la hostilidad entre padre e hijo, mientras que
el tío materno ayuda a su sobrino y le regala un caballo cuando éste
se casa (33).
Hasta aquí, nos mantenemos dentro de los límites del esquema de
Radcliffe‑Brown. Consideremos, empero, las demás relaciones
familiares implicadas: Malinowski ha mostrado que en las islas
Trobriand, marido y mujer viven en una atmósfera de tierna intimidad
y que sus relaciones tienen un carácter recíproco. Las relaciones
entre hermano y hermana, en cambio, están dominadas por un tabú
extremadamente riguroso. ¿Cuál es la situación en el Cáucaso? La
relación tierna se establece aquí entre hermano y hermana, hasta
tal punto que entre los pshav, una hija única 'adopta' un 'hermano',
el cual desempeñará junto a ella el papel, propio del hermano, de
casto compañero de leche (34).
La relación entre los esposos es, en cambio, completamente distinta:
un circasiano no se atreve a mostrarse en público con su mujer y la
visita exclusivamente en secreto. Según Malinowski, no hay en las
islas Trobriand insulto peor que el de decirle a un hombre que se
parece a su hermana; el Cáucaso ofrece un equivalente en la
prohibición de preguntar a un hombre por la salud de su mujer.
Cuando se
consideran sociedades del tipo 'circasiano' o 'trobriandés', no
basta, pues, estudiar la correlación de las actitudes padre/hijo y
tío /hijo de la hermana. Esta correlación es solamente un aspecto
de un sistema global compuesto por cuatro tipos de relaciones
orgánicamente ligadas entre sí, a saber, hermano/hermana,
marido/mujer, padre/hijo, tío materno/hijo de la hermana. Los dos
grupos que nos han servido de ejemplo proporcionan aplicaciones de
una ley que puede formularse de la siguiente manera: en ambos grupos
la relación entre tío materno y sobrino es a la relación entre
hermano y hermana, como la relación entre padre e hijo es a la
relación entre marido y mujer, de tal manera que, conociendo un par
de relaciones, sería siempre posible deducir el otro par.
Veamos
ahora otros casos. En Tonga, Polinesia, la filiación es patrilineal
como entre los circasianos. Las relaciones entre los cónyuges
parecen públicas y armoniosas: las querellas domésticas son raras,
y la mujer, no obstante tener a menudo un status superior al del
marido, "no alimenta a su respecto la más mínima idea de
rebelión...; en lo que concierne a todas las cuestiones domésticas,
se adapta de muy buena gana a su autoridad". De igual modo,
reina la mayor libertad entre el tío materno y el sobrino: éste es
fahu por encima de la ley, con respecto a su tío. y con él
le está permitido todo género de intimidad. A estas relaciones
libres se oponen las existentes entre un hijo y su padre. Éste es
tapu; al hijo le está prohibido tocarle la cabeza o
los cabellos, rozarlo mientras come, dormir en su lecho o sobre su
almohada, compartir su bebida o su comida, jugar con los objetos
pertenecientes al padre. El tapú más fuerte de todos es, sin
embargo, el que prevalece entre hermano y hermana, quienes no deben
ni siquiera hallarse juntos bajo un mismo techo (35).
No
obstante ser igualmente patrilineales y patricolores, las indígenas
del lago Katabu, en Nueva Guinea, ilustran una estructura inversa a
la precedente: "No he visto jamás asociación más intima entre
padre e hijo"? escribe sobre ellos F. E. Williams. Las
relaciones entre marido y mujer se caracterizan por el status muy
bajo acordado al sexo femenino, una separación neta entre los
centros de interés masculino y femenino". “Las mujeres, dice
Williams, deben trabajar duro para su amo...; a veces protestan, y
reciben una paliza." Contra el marido, la mujer goza siempre de
la protección de su hermano, y busca refugio junto a él... En
cuanto a las relaciones entre el sobrino y el tío materno: "El
término que mejor las resume es el de 'respeto'... con un matiz de
temor", porque el tío materno tiene el poder (como entre los
kipsigi de Africa) de maldecir a su sobrino y el de hacerle sufrir
una grave enfermedad (36).
Esta
última estructura, tomada de una sociedad patrilineal, es sin
embargo del mismo tipo que la de los siaui de Bougáinville cuya
filiación es matrilineal: entre hermano y hermana, "vínculos
amistosos y generosidad recíproca"; entre padre e hijo, "nada
indica una relación de hostilidad, de autoridad rígida o de respeto
temeroso". Pero las relaciones del sobrino con su tío materno
se sitúan "entre la disciplina rígida y una interdependencia
reconocida de buen grado". Sin embargo, "los informantes
dicen que todos los muchachos experimentan un cierto miedo ante sus
tíos maternos, y que les obedecen mejor que a sus padres”. En lo
que respecta al marido y la mujer, no parece reinar entre ellos un
buen entendimiento: "Pocas esposas jóvenes son fieles...; los
maridos jóvenes son siempre desconfiados, inclinados a la cólera
celosa...; el matrimonio implica toda clase de adaptaciones
difíciles” (37).
Un cuadro
idéntico pero aún más marcado aparece entre los dobu,
matrilineales vecinos de los trobriandeses, que también lo son, pero
que poseen una estructura muy diferente. Los hogares dobu son
inestables, practican asiduamente el adulterio, y marido y mujer
viven siempre en el temor de perecer por obra de la hechicería del
otro. En verdad, la observación de Fortune según la cual "es
un insulto grave hacer alusión a los poderes de hechicería de una
mujer de modo que pueda escuchar el marido", parecería una
permutación de las prohibiciones trobriandesa y circasiana citadas
más arriba.
El
hermano de la madre es considerado en Dobu el más severo de los
parientes: "Pega a sus sobrinos mucho tiempo después que sus
padres han dejado de hacerlo", y está prohibido pronunciar su
nombre. Sin duda la relación tierna existe no tanto con el padre
mismo, sino más bien con el 'ombligo', el marido de la hermana de la
madre, es decir, con un doble del padre. Con todo, se considera que
el padre es 'menos severo' que el tío y, contrariamente a la ley de
transmisión hereditaria, trata siempre de favorecer a su hijo a
expensas de su sobrino uterino. En fin, el lazo entre hermano y
hermana es "el más fuerte de todos los lazos sociales"
(38).
¿Qué se
debe inducir de estos ejemplos? La correlación entre formas de
avunculado y tipos de filiación no agota el problema. Formas
diferentes de avunculado pueden coexistir con un mismo tipo de
filiación, patrilineal o matrilineal. Pero hallamos siempre la misma
relación fundamental entre los cuatro pares de oposiciones que son
necesarias para la elaboración del sistema. Esto resultará más
claro mediante los esquemas de la figura 1, que ilustran nuestros
ejemplos; el signo + representa las relaciones libres y familiares y
el signo ‑ las relaciones marcadas por la hostilidad, el
antagonismo o la reserva. Dicha simplificación no es enteramente
legítima, pero puede ser utilizada provisionalmente. Más adelante
haremos las distinciones indispensables.
La ley
sincrónica de correlación así sugerida puede ser verificada
diacrónicamente. Si se resume la evolución de las relaciones
familiares en la Edad Media, tal como se desprende de la exposición
de Howard, se obtiene el siguiente esquema aproximativo: el poder del
hermano sobre la hermana disminuye, aumenta el poder del marido
prospectivo. Simultáneamente se debilita el lazo entre padre e hijo,
y se refuerza el lazo entre tío materno y sobrino (39).
Los
documentos reunidos por L. Gautier parecen confirmar esta evolución,
puesto que en los textos 'conservadores' (Raoul de Cambrai, Geste
des Loherains, etcétera) la relación positiva se establece más
bien entre padre e hijo, y sólo progresivamente se desplaza hacia el
tío materno y el sobrino (40).
Vemos,
pues (41),
que el avunculado, para ser comprendido, debe ser tratado como una
relación interior a un sistema, y que es el sistema mismo el que se
debe considerar en su conjunto para percibir su estructura. Esta
estructura reposa a su vez en cuatro términos (hermano, hermana,
padre, hijo) unidos entre sí por dos pares de oposiciones
correlativas y tales que, en cada una de las dos generaciones
implicadas, existe siempre una relación positiva y otra negativa.
Ahora bien, ¿qué es esta estructura y cuál puede ser su razón? La
respuesta es la siguiente: esta estructura es la más simple
estructura de parentesco que pueda concebirse y que pueda existir.
Es, hablando con propiedad, 'el elemento de parentesco'.
En apoyo
de esta afirmación puede aducirse un argumento de orden lógico:
para que exista una estructura de parentesco es necesario que se
hallen presentes los tres tipos de relaciones familiares dadas
siempre en la sociedad humana, es decir, una relación de
consanguinidad, una de alianza y una de filiación; dicho de otra
manera, una relación de hermano a hermana, una relación de esposo a
esposa, y una relación de progenitor a hijo. Es fácil darse cuenta
de que la estructura aquí considerada es aquella que permite
satisfacer esta doble exigencia según el principio de la mayor
economía. Sin embargo, las considera-ciones que preceden tienen un
carácter abstracto y puede invocarse una prueba más directa para
nuestra demostración.
El
carácter primitivo e irreductible del elemento de parentesco tal
como lo hemos definido resulta, en efecto, de manera inmediata, de la
existencia universal de la prohibición del incesto. Esto equivale a
decir que, en la sociedad humana, un hombre únicamente puede obtener
una mujer de manos de otro hombre, el cual la cede bajo forma de hija
o de hermana. No es necesario, pues, explicar cómo el tío materno
hace su aparición en la estructura de parentesco: no aparece, sino
que está inmediatamente dado: es la condición de esa estructura. El
error de la sociología tradicional, como el de la lingüística
tradicional, consiste en haber considerado los términos y no las
relaciones entre los términos.
Antes de
proseguir, eliminemos rápidamente algunas objeciones que podrían
presentársenos. En primer lugar, si la relación de los cuñados
forma el eje inevitable en torno del cual se construye la estructura
de parentesco, ¿para qué hacer intervenir en la estructura
elemental al niño nacido del matrimonio? Debe entenderse que el niño
representado puede ser tanto el niño nacido como por nacer. Pero,
esto sentado, el niño es indispensable para atestiguar el carácter
dinámico y teológico de la etapa inicial, que funda el parentesco
sobre la alianza y por medio de ella. El parentesco no es un fenómeno
estático; sólo existe para perpetuarse. No pensamos aquí en el
deseo de perpetuar la raza, sino en el hecho de que en la mayoría de
los sistemas de parentesco el desequilibrio inicial que se produce,
en una generación dada, entre el que cede a una mujer y el que la
recibe, únicamente puede estabilizarse mediante las
contrapresta-ciones que tienen lugar en las generaciones ulteriores.
Aun la más elemental estructura de parentesco existe simultáneamente
en el orden sincrónico y en el diacrónico.
En
segundo lugar, ¿no es posible concebir una estructura simétrica, de
igual simplici-dad, pero en la cual haya inversión de sexos, es
decir, una estructura en la que interven-gan una hermana, su hermano,
la mujer de este último y la hija nacida de esa unión? Sin duda
alguna; pero esta posibilidad teórica puede ser eliminada
inmediatamente sobre una base experimental: en la sociedad humana son
los hombres quienes intercambian a las mujeres y no a la inversa.
Queda por investigar si ciertas culturas no han tendido a realizar
una especie de imagen ficticia de esta estructura simétrica. Los
casos tienen que ser raros. Llegamos ahora a una objeción más
grave. En efecto, podría ocurrir que solamente hubiéramos dado
vuelta el problema. La sociología tradicional se ha empeñado en
explicar el origen del avunculado, y nosotros nos hemos librado de
esta búsqueda tratando al hermano de la madre no como un elemento
extrínseco, sino como un dato inmediato de la más simple estructura
familiar. ¿Cómo se explica, entonces, que no encontremos siempre y
en todas partes el avunculado? Porque si bien el avunculado tiene una
distribución muy frecuente, con todo no es universal. Sería inútil
haber evitado la explicación de los casos en los cuales se halla
presente, nada más que para fracasar ante su ausencia.
Observemos,
en primer término, que el sistema de parentesco no posee igual
importancia en todas las culturas. En algunas proporciona el
principio activo que regula todas las relaciones sociales o la mayor
parte de éstas. En otros grupos, como nuestra sociedad, dicha
función está ausente o bien muy reducida; en otros, como las
sociedades de los indios de la llanura, sólo se cumple parcialmente.
El sistema de parentesco es un lenguaje; no es un lenguaje universal,
y puede ser desplazado por otros medios de expresión y de acción.
Desde el punto de vista del sociólogo, esto quiere decir que, en
presencia de una determinada cultura, se plantea siempre un
interrogante preliminar: el sistema, ¿es sistemático? Una pregunta
semejante, a primera vista absurda, sólo sería realmente referida a
la lengua; porque la lengua es el sistema de significación por
excelencia; ella no puede no significar y su existencia se agota en
la significación. El problema debe, en cambio, ser examinado con
rigor creciente a medida que uno se aleja de la lengua para tomar en
cuenta otros sistemas que aspiran también a la significación, pero
cuyo valor de significación resulta parcial, fragmentario o
subjetivo: organización social, arte, etcétera.
Hemos
interpretado además el avunculado como un rasgo característico de
la estructura elemental. Esta, resultante de relaciones definidas
entre cuatro términos, es, en nuestra opinión, el verdadero átomo
de parentesco (42).
Carece de toda existencia que puede ser concebida o dada fuera de las
exigencias fundamentales de su estructura y, por otra parte, es el
único material de construcción de los sistemas más complejos.
Porque hay sistemas más complejos, o para decirlo más exactamente,
todo sistema de parentesco es elaborado a partir de esta estructura
elemental, que se repite o se desarrolla por integración de nuevos
elementos. Es necesario, pues, tomar en cuenta dos hipótesis: cuando
el sistema de parentesco considerado procede por yuxtaposición
simple de estructuras elementales y, en consecuencia, la relación
avuncular permanece siempre manifiesta y cuando la unidad de
construcción del sistema es ya de orden más complejo. En este
último caso, si bien la relación avuncular sigue estando presente,
es susceptible de diluirse en un contexto diferenciado. Puede
concebirse, por ejemplo, un sistema que tome como punto de partida la
estructura elemental, pero que agregue, a la derecha del tío
materno, a la mujer de este último, y a la izquierda del padre, en
primer término, a la hermana del padre y luego al marido de ésta.
Se podría demostrar fácilmente que un desarrollo de este orden
produce, en la generación siguiente, un desdoblamiento paralelo: el
hijo debe entonces ser diferenciado en hijo varón e hija, unido cada
uno, por una relación simétrica e inversa, a los términos que
ocupan en la estructura las demás posiciones periféricas (Posición
preponderante de la hermana del padre en la Polinesia, nhlampsa
sudafricana y herencia de la mujer del hermano de la madre). En
una estructura de este orden, la relación avuncular sigue siendo
manifiesta, pero ha dejado ya de ser predominante. Puede borrarse o
confundirse con otras, en estructuras de una complejidad aún mayor.
Pero precisamente porque pertenece a la estructura elemental, la
relación avuncular reaparece con nitidez y tiende a exasperarse cada
vez que el sistema considerado presenta un aspecto critico: ya sea
por hallarse en transformación rápida (costa noroeste del
Pacifico), ya porque se encuentra en el punto de contacto y de
conflicto entre culturas profundamente diferentes (Fidji, India del
Sur); ya, en fin, porque se halla próximo a una crisis fatal (Edad
Media europea).
Cabe
agregar que los símbolos, positivo y negativo, que hemos empleado en
los esquemas precedentes, representan una simplificación excesiva,
aceptable sola-mente como una etapa de la demostración. En realidad
el sistema de las actitudes elementales comprende por lo menos cuatro
términos: una actitud de afecto, ternura y espontaneidad; una
actitud resultante del intercambio recíproco de prestaciones y
contraprestaciones; y, además de estas relaciones bilaterales, dos
relaciones unilaterales correspondientes, una a la actitud del
acreedor, la otra a la del deudor. Dicho de otra manera: mutualidad
(=); reciprocidad (+); derecho (+); obligación (—). Estas
cuatro actitudes fundamentales pueden ser representadas, en sus
relaciones recíprocas, de la siguiente manera:
En muchos
sistemas, la relación entre dos individuos se expresa a menudo no
por una sola actitud, sino por varias, que forman, por así decirlo,
un haz (en las islas Trobriand, hay entre marido y mujer mutualidad
más reciprocidad). Esta es una razón suplementaria que puede hacer
difícil aislar la estructura elemental.
Hemos
tratado de mostrar todo lo que el análisis precedente debe a los
maestros contemporáneos de la sociología primitiva. Es preciso, sin
embargo, subrayar que, en el punto fundamental, nuestro análisis se
aparta de las enseñanzas de estos maestros. Citemos, por ejemplo, a
Radcliffe‑Brown:
"La
unidad de estructura a partir de la cual se construye un parentesco
es el grupo que yo llamo una 'familia elemental', consistente en un
hombre y su esposa y su hijo o hijos. La existencia de la familia
elemental crea tres tipos especiales de relación social: entre padre
e hijo, entre los hijos de los mismos padres (siblings) y
entre marido y mujer en tanto padres del mismo niño o niños... Las
tres relaciones existentes dentro de la familia elemental constituyen
lo que denomino el primer orden. Relaciones de segundo orden son las
que dependen de la conexión entre dos familias elementales por la
mediación de un miembro común; tales como el padre del padre, el
hermano de la madre, la hermana de la mujer, etcétera. Se ubican en
el tercer orden relaciones tales como el hijo del hermano del padre y
la mujer del hermano de la madre. Podemos trazar así, si contamos
con información genealógica, relaciones de cuarto, quinto o enésimo
orden. (43)"
La idea
expresada en este pasaje, según la cual la familia biológica
constituye el punto a partir del cual toda sociedad elabora su
sistema de parentesco, no es por cierto original del maestro inglés;
sería difícil hallar otra que recogiera en la actualidad una
unanimidad mayor. A nuestro juicio no hay tampoco otra idea más
peligrosa. Sin duda, la familia biológica está presente y se
prolonga en la sociedad humana. Pero lo que confiere al parentesco su
carácter de hecho social no es lo que debe conservar de la
naturaleza: es el movimiento esencial por el cual el parentesco se
separa de ésta. Un sistema de parentesco no consiste en los lazos
objetivos de filiación o de consanguinidad dados entre los
individuos; existe solamente en la conciencia de los hombres; es un
sistema arbitrario de representaciones y no el desarrollo espontáneo
de una situación de hecho. Esto no significa, por cierto, que dicha
situación de hecho resulte automáticamente contradicha, ni siquiera
simplemente ignorada.
Radcliffe‑Brown
ha mostrado, en estudios que hoy son clásicos, que aún los sistemas
de apariencia más rígida y artificial, como los sistemas
australianos de clases matrimoniales, toman en cuenta cuidadosa-mente
el parentesco biológico. Pero una observación indiscutible como
ésta de Radcliffe‑Brown deja intacto el hecho, a nuestro
juicio decisivo, de que en la sociedad humana el parentesco sólo es
libre de establecerse y perpetuarse por medio y a través de
determinadas modalidades de alianza. En otros términos, las
relaciones tratadas por Radcliffe-Brown como relaciones de primer
orden son función de aquellas que él considera secundarias y
derivadas, y dependen de éstas. El rasgo primordial del parentesco
humano consiste en requerir, como condición de existencia, la
relación entre lo que Radcliffe‑Brown llama 'familias
elementales'. No son entonces las familias, términos aislados, lo
verdaderamente 'elemental', sino la relación entre esos términos.
Ninguna otra interpretación puede dar cuenta de la universalidad de
la prohibición del incesto, de la cual la relación avuncular, bajo
su forma más general, no es otra cosa que un corolario, unas veces
manifiesto, otras implícito.
Debido a
su carácter de sistemas de símbolos, los sistemas de parentesco
ofrecen al antropólogo un terreno privilegiado en el cual sus
esfuerzos pueden casi alcanzar (insistimos sobre este 'casi') los de
la ciencia social más desarrollada, es decir, la lingüística. Pero
la condición de este acercamiento, del que puede esperarse un mejor
conocimiento del hombre, consiste en no olvidar nunca que, tanto en
el estudio sociológico como en el estudio lingüístico, nos
hallamos en pleno simbolismo. Ahora bien, si es legítimo, y en
cierto sentido inevitable, recurrir a la interpretación naturalista
para tratar de comprender la emergencia del pensamiento simbólico,
una vez dado éste, la explicación debe cambiar de naturaleza tan
radicalmente como el nuevo fenómeno aparecido difiere de aquellos
que lo han precedido y preparado. A partir de este momento, toda
concesión al naturalismo comprometería los inmensos progresos ya
cumplidos en el dominio lingüístico y los que comienzan a
insinuarse también en la sociología familiar, y condenaría a ésta
a un empirismo sin inspiración ni fecundidad.
NOTAS
1. Publicado
con igual título en Word, Journal of the Linguistic Circle of New
York, vol.1, n°2, ag. 1945, pp. 1‑21.
2. "Rapports
récls et pratiques ...", en Sociologic et Anthropologie, París,
1951.
3. O.
Schrader, Prehistoric Antiquites of the Aryan Peoples, trad. De F. B.
Jevons, Londres, 1890, cap. XII, 4° parte.
4. O.
Schrader, loc. cit.; H. J. Rose, “On the Alleged Evidence for
Mother‑Right in Early Greece", Folklore, 22, 1911. Sobre
este problema, véanse también las obras más recientes de G.
Thomson, partidario de la hipótesis de supervivencias matrilineales.
5. A. M.
Hocart, “Chieftainship and the sister's son in the Pacific".
Amer. Anthrop., n. s., vol. 17, 1915; "The Uterine Nephew",
Man, 23, 1923, n° 4; "The Cousin in Vedic Ritual", Indian
Anticuary, vol. 54, 1925, etc.
6. P. K.
Benedict, “Tibetan and Chinese Kinship Terms”, Harvard Jnl. o
Asialtic Studies, 6, 1942; "Studies in Thai Kinship
Terminology”, Jnl. of th Amer. Oriental Society, 63, 1943.
7. Blunschvieg,
Le progres de la conscience dans la philosophic accidentale, II,
París, 1927, p. 562.
8. Entre 1900
y 1920, los fundadores de la lingüística moderna, Ferdinand de
Saussure y Antoine Meillet, se colocan decididamente bajo el
patrocinio de los sociólogos. Sólo después de 1920, Marcel Mauss
comienza, como dicen los economistas, a invertir la tendencia.
9 Trubetzkoy,
"La phonologie actuelle", en Psychologie du la langage
Paris, 1933 [trad. esp. en: Psicología del lenguaje, Buenos Aires,
Ed. Paidós, 1952 cap. III, pp. 145‑160 (N. de R).
10 OP, cit.
p. 243.
11 Ibíd.
12 Op. cit.,
p. 245, R. Jakobson “Prinzipien der historischen Phonologie",
Travaux du Cercle linguistique de Prague, IV; ef. también las
"Remarques sur l'evolution phonologique du russe", del
mismo autor, ibíd., II.
13 W. H. R.
Rivers, The History of Melanesian Society, Londres, l914, passim;
Social Organisation, de W. J. Perry (ed.), Londres, 1924 cap. IV.
14 En el
mismo sentido, S. Tax, "Some Problems of Social Organisation"
en Social Anthropology of North American Tribes, F. Eggan (ed.),
Chicago, 1937.
15 R.
Jakobson, “Observations sur le classement phonologique des
consonnes", loc. cit.
16 K. Davis y
W. L. Warner, "Structural Analysis of Kinship", Amer.
Anthrop, n. s., vol. 37 1935.
17 De tal
manera, tras el análisis de estos autores, el término 'marido' se
encuentra reemplazado por la fórmula C2n/2d/o S U la 8/ego (Loc.
cit.) Señalaremos dos estudios recientes que emplean un aparato
lógico mucho más refinado y ofrecen un gran interés en cuanto al
método y los resultados. Cf. F. G. Lounsbury, "A semantic
Analysis of the Pawnee Kinship Usage", Language, vol 32, nl,
1956; W. H. Goodenough, "The Componential Analysis of Kinship",
id., ibíd.
18 Como se
podrá ver leyendo el cap. V, yo emplearía hoy una fórmula menos
estricta.
19 A. L.
Kroeber, "Classificatory Systems of Relationship", Jnl. of
the Royal Anthrop. Inst., vol. 39, 1909.
20 Es preciso
excluir de este juicio la obra notable de W. Lloyd Warner "Morphology
and function of the Australian Murngin Type of Kinship", Amer.
Antrop., n. s.
21 A. R.
Radcliffe‑Brown, “kinship Terminology in California",
Amer. Anthrop., n. s., vol. 37. 1935; "The Study of Kinship
Terms", Jnl. Roy Antrop. Inst., vol. 71, 1941.
22 M. E.
Opler, "Apache Data Concerning the Relation of Kinship
Terminology to Social Classification", Amer. Anthrop., n. s.,
vol. 39, 1937, A. M. Harpen "Yuma Kinship Terms", ibíd.,
44. 1942.
23 D. F.
Thompson, "The Joking‑Relationship and Organized Obscenity
in North Queensland”, Amer. Anthrop., n. s., vol 37, 1935.
24 “The
Study of Kinship Terms”, op. Cit..., p. 8. Esta última fórmula de
Radcliffe-Brown nos parece mucho más satisfactoria que su afirmación
de 1935, según la cual las actitudes presentan "a fairly high
degree of correlation whith the terminological classification”,
(Amer. Anthrop., n. s., 1935, p. 53).
25 S.
Hartland, “Matrilineal Kinship and the Question of its Priority”,
Mem. Of the Amer. Anthrop. Assoc., 4. 1917.
26 W. H. R.
Rivers. “The Marriage of Cousins in india”, Inl, of the Royal
Asiatic Society, Jul. 1907.
27 Op. Cit.
p. 624.
28 n. 11.
Lowie, "The Matrilineal Complex", Univ. of California Publ.
in Amer. Archacol and Ethnol, 16,1919, n. 2.
∑ “De una
tendencia muy general a asociar definidas relaciones sociales con
formas definidas de parentesco, sin considerar el matrilinealismo o
el patrilinealismo” (N. del R.).
29 Roman
Jakobson, Kindersprache, Aphasie und allgemeine Lautgesetze, Upsala,
1941.
30 A. R.
Radcliffe‑Brown, "The Mother's Brother in South Africa”,
South African jnl. of Science, vol. 21, 1924.
31 Así, por
ejemplo, entre los mundugomor de Nueva Guinea, donde la relación
entre tío materno y sobrino es constantemente familiar, mientras que
la filiación es alternativamente patrilineal y matrilineal. Cf .
Margaret Mead. Sex and Temperament in Three Primitives Societies,
Nueval York, 1935, pp. 176‑185.
32 B.
Malinowski, The Sexual Life of Savages in Northwestern Melanesia,
Londres, 1929, 2 vols.
33 Dubois de
Monpereux (1839), citado según M. Kovalevski, "La famille
matriarcale au Caucase", L’ antropologie, t. IV, 1893.
34 Dubois de
Monpereux (1839), citado según M. Kovalevsky, "La famille
matriarcale au Caucasse", L'Antrophologie, t. IV, 1893.
35 E. W.
Gifford. "Tonga Society", B. P. Bishop Museum Bulletin n
61, Honolulu, 1929, pp. 16‑22.
36 F. E.
Williams, "Natives of Lake Kutubu, Papua", Oceania, vol.
XI, 1940‑41 y 12, 1941‑42, pp. 263‑280. Del vol.
11; “Group sentiment and primitive Justice", Amer. Antroph.,
vol. XLIII, n 4 parte 1, 1941.
37 Douglas L.
Oliver, A. Salomon Islands Society, Kinship and Leadership among the
Siuai of Baugainville, Cambridge, Mass.; 1955, passim.
38 Reo F.
Fortune, The Sorcerers of Dobu, Nueva York, 1932, pp. 8, 10, 45, 62,
64, etc.
39 G. E.
Howard, A Historty of Matrimonial Institutions, 3 vol. Chicago, 1904.
40 Léo
Gautier, La Chevalerie París, 1890. Sobre el mismo tema, puede
consultarse con provecho F. B. Gummere, "The Sister's Son"
en An English Miscellany presented to Dr. Furniovall, Londres, 1901;
W. O. Farnsworth, Uncle and Nephew in the Old French Chanson de
Geste, Nueva York, Columbia University Press, 1913.
41 Los
parágrafos que preceden han sido escritos en 1957, en reemplazo del
texto inicial, en respuesta a la prudente observación de mi colega
Luc de Heusch, de la Universidad Libre de Bruselas, según la cual
uno de mis ejemplos era materialmente inexacto. Dejo aquí constancia
de mi agradecimiento.
42 Sin duda
es superfluo subrayar que el atomismo, tal como nosotros lo hemos
criticado en Rivers, es el de la filosofía clásica y no la
concepción estructural del átomo tal como se la encuentra en la
física moderna.
43 A. R.
Radcliffe‑Brown, op. Cit., p. 2.
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